Antes de 1959, el 85 % de los pequeños agricultores cubanos estaba pagando renta y vivÃa bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Las condiciones de vida del pueblo, en general, eran muy difÃciles...
Nos morÃamos antes de ir por primera vez a la escuela, antes de habernos puesto alguna vez un par de zapatos, incluso antes de balbucear la palabra papá. Eso sÃ, nos bautizaban como Dios manda. El cura decÃa: «En el cielo, todos seremos iguales; no habrá ricos ni pobres».
Eran tantas las bondades del paraÃso; sobre todo tan atractivas sus prebendas para los más sufridos, que el viejo mÃo decÃa no entender por qué los ricos se aferraban como lapas a la buena vida. A veces también decÃa: «Caramba, se la pasan rezando por ganarse el comunismo del cielo; no sé por qué tanto lo combaten en la tierra». Por este y otros chistes cierta vez fue llevado preso al cuartel. El teniente lo miró ceñudo por sobre los espejuelos, y le dijo: «Chicho, tengo información de que anoche usted estaba hablando mal del gobierno».
Mi padre, que cuando pillaba una paradoja o hilvanaba un chascarrillo jamás se los callaba, sin pensarlo dos veces, le dijo: «Mire, teniente, quizá la única noche que yo no he hablado mal del gobierno fue anoche». Y tuvo suerte. Quién sabe si porque al oficial le gustaban las décimas y las canturÃas como al viejo, o porque era un secreto a voces que ya Camilo y el Che estaban llegando a Las Villas, por esa vez libró.
Pero no todos tuvieron la misma fortuna. Por ejemplo, apenas un año atrás, el único médico que en Taguasco atendÃa a los pobres sin cobrarles fue asesinado por los guardias cuando quiso curar a un revolucionario.
Entonces nos quedamos con cierto doctor que cobraba cinco pesos por tan solo aplicar un estetoscopio en la espalda. Mi madre, que apenas cobraba uno por entallar un vestido, ahorraba medicinas «quitándonos el sol» con un vaso de agua en la cabeza, o curándonos el «empacho» con sobos de manteca caliente.
En verdad, parecÃa bueno morirse y asà viajar a un sitio donde jamás habrÃa dolor ni hambre. Vivir de muerto allá arriba, oyendo música y viendo aventuras y pelÃculas como en casa de Pepe el boticario, dueño de la única tv que habÃa en varios kilómetros a la redonda.
Quién puede hablarme de dolores a mÃ, que siempre tuve mala dentadura: «Eso es por falta de calcio», dictaminaba mi madre, y, como no habÃa leche, me daba de beber mucha agua de pozo. Dicen que aquel dolor me duró una semana, pero en el recuerdo estuve como un año dándome buches de agua con sal. Mi madre no lograba clientela para su máquina de coser, y el sacamuelas exigÃa tres pesos por extraer la pieza. No le puedo fiar, decÃa el dentista, y la vieja lo miraba en silencio. Un atronador silencio.
Como cierto dÃa empezaron a darles casas a los guajiros, por un lado, mejoré con respecto a mis primos. Por otro, sin embargo, estaba peor: por fin mis abuelos eran dueños de la tierra que tanto habÃan trabajado al 50 %, y acostumbrados como estaban a medio comer, de pronto les sobraba algo. Asà que los fines de semana yo me iba hasta allá para acumular reservas. Aún no tenÃan luz eléctrica, pero estaba mi tÃo Miguel que era como la radio.
Por las noches mis primos y yo nos Ãbamos a la punta de la loma para escuchar sus cuentos. Delante, a lo lejos, estaban las luces de Jatibonico; detrás, las de Taguasco. Mi tÃo decÃa que arriba no habÃa paraÃso alguno, sino que las estrellas eran luces de otros pueblos. Dibujaba calles y avenidas en las constelaciones, y cuando pasaba una estrella fugaz, decÃa: «Miren, ahà va un chofer borracho». Alguna vez también señaló vastas zonas oscuras del cielo, donde apenas titilaban estrellas opacas, y ensimismado nos dijo: «La mayorÃa son como nosotros: se alumbran con lámparas de keroseno».
Mi abuelo pensaba que esos cuentos no eran buenos para los niños. Con el reproche en los ojos, miró a Miguel y le dijo: «Veremos a quién le pides cuando no llueva y las vacas sean puros huesos». Lo mismo que mi padre, tÃo Miguel también tenÃa el don de cazar dichos y paradojas; pero a veces estas se le dormÃan en la lengua. Luego, cuando el abuelo se fue, nos dijo: No se preocupen, por estas tierras quien estaba era el diablo, y ha tenido que irse echando.
Un dÃa llegaron unos buldóceres y represaron el arroyo. Luego apareció un camión con una caja grande y, dentro de ella, habÃa una turbina de petróleo. Nosotros nos quedamos lelos mirando aquel aparato enorme que servirÃa para llover justo cuando no tocaba. El abuelo elevó las manos y dijo: «Hay que prender una vela». A tÃo Miguel le brillaron los ojos, pero otra vez mordió su lengua, y finalmente nos quedamos sin saber qué hubiera dicho.
De repente mi abuela sacudió la escoba de palmiche y apuntando hacia el platanal nos ordenó: «Arriba muchachos, vayan a coger un par de gallinas y luego corten un racimo de plátanos. Vamos a hacerles un buen almuerzo a los mecánicos».
Las asimetrÃas profundas que vivÃa el campesinado cubano antes de 1959 fueron denunciadas por el Comandante en Jefe, Fidel Castro, en el alegato de La historia me absolverá, del cual seleccionamos estos fragmentos:
- El 85 % de los pequeños agricultores cubanos está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas.
- Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras.
- En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United Fruit Company y la West Indies unen la costa norte con la costa sur.
- Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos.
- (…) permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerÃas de tierras productivas.
- Si Cuba es un paÃs eminentemente agrÃcola, si su población es en gran parte campesina, si la ciudad depende del campo, si el campo hizo la independencia, si la grandeza y prosperidad de nuestra nación depende de un campesinado saludable y vigoroso que ame y sepa cultivar la tierra, de un Estado que lo proteja y lo oriente, ¿cómo es posible que continúe este estado de cosas?
- Lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar;
- lo inconcebible es que haya niños que mueran sin asistencia médica;
- lo inconcebible es que el 30 % de nuestros campesinos no sepan firmar, y el 99 % no sepa de historia de Cuba;
- lo inconcebible es que la mayorÃa de las familias de nuestros campos estén viviendo en peores condiciones que los indios que encontró Colón al descubrir la tierra más hermosa que ojos humanos vieron.
- Nosotros llamamos pueblo si de lucha se trata (…) a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohÃos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tierra para sembrar y cuya existencia debiera mover más a compasión si no hubiera tantos corazones de piedra.
- Fuente Granma
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