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viernes, 22 de mayo de 2020

El danilismo: una mitología de los pseudólogos



Rafael G. Guzmán Fermín
Santo Domingo, RD
 Desde ha­ce unos sie­te años, mu­cha gente se refiere a la corriente de seguidores del presidente Danilo Medina con el término “danilismo”, posiblemente tratando de atribuirle erradamente ca­racterísticas propias de una corriente ideológica. Pero como sabemos, para con­formar esta última debe de existir una relación dialécti­ca, o sea, la conjugación en­tre ideas y necesidades so­ciales, y está muy claro que Danilo Medina carece tanto de ideas originales como del interés sobre las necesida­des sentidas por el cuerpo so­cial, pues más bien toda esa construcción la ha edificado sobre bloques de falsedades, columnas de mentiras y de vigas de amarre de engaños, que al final nunca ha cumpli­do.
Sobre esta nada envidia­ble particularidad, el antiguo escritor griego Esopo afirma­ba que la “mentira”, interpre­tada por los “pseudólogos”, fue creada por el dios “Do­los”, la personificación de los “engaños”, las “ardides” y las malas artes, siendo ellos pa­rientes de los perversos hijos que tuvo la diosa “Eris” (la discordia), mientras trabaja­ba como ayudante en el ta­ller de Hefesto -dios del fue­go y la forja-, espíritus que luego salieron de la caja de Pandora.
Se cuenta, que el dios ar­tesano Hefesto fue distraído por unas voces engañosas haciéndolo ausentar justo en el instante en que se fa­bricaba a la diosa de la “ver­dad” dejando sólo a “Dolos”, quien aprovechó la oportu­nidad para construir una fal­sa estatua idéntica a la de su maestro. Cuando Hefesto regresó al taller quedó gra­tamente sorprendido por las habilidades de su alumno, y metió las dos estatuas en el horno. Pero al aprendiz Do­los no le había dado tiempo de terminar bien su obra fal­sa, pues no pudo retocar los pies. Por ese hecho, cuan­do ambas estatuas salieron del horno, “Aletheia” (la Ver­dad) caminaba con pasos firmes y estables mientras que la “Mentira” lo hacía en clandes­tinidad, pero con pasos vaci­lantes e inseguros.
El contexto anterior nos describe la esencia de lo que es realmente el llamado “da­nilismo” como expresión po­lítica, pues cada uno de esos “dioses” los encontramos pre­sentes en cada acción de su lí­der que ha contagiado como un maligno “coronavirus” a los funcionarios y adláteres palaciegos provocando la des­trucción de la credibilidad del gobierno y el partido que lo sustenta, haciendo metástasis en las instituciones del Esta­do, constituyendo la “mentira política” en su estilo de actuar como un evidente ataque a la democracia.
El danilismo es una falsa creencia, y debe de estudiar­se en términos de su lógica degradada más que en la su­puesta filosofía de la que se deriva; más bien es una espe­cie de secta cerrada de corte empresarial que solo obedece al interés propio en las formas de ver lo suyo, lo que los con­duce a la superposición de sus discursos disociados de la rea­lidad en procura de la cons­trucción de utopías, que luego son bombardeadas al colecti­vo social a través del enorme aparato de propaganda del gobierno y sus “altavoces” en los medios de comunicación.
Esta falsa creencia ero­sionada por los antivalores de la ingratitud, la envidia, el odio, los complejos y el re­sentimiento, son los bajos va­lores humanos que doblegan su sano razonamiento, que identifica al danilismo como la personificación de los dio­ses griegos de los Pseudólogos como dioses de las mentiras y las falsedades.
Para ese clan, la menti­ra política es “el arte de ha­cer creer al pueblo falseda­des saludables con vistas a un buen fin”, tal como lo plan­teara el escritor satírico ir­landés, Jonathan Swift en su obra “Arte de la mentira políti­ca” (1773), siendo el ejemplo más elocuente la rendición de cuentas del 27 de febrero pa­sado.
En este sentido, constituiría un ejercicio estéril hacer una encuesta entre la ciudadanía para saber que la mayoría de la población cree que la men­tira política, junto a sus pa­rientes del engaño, del fraude y el dolo se han instituciona­lizado en todo el aparato del Estado, generando una crisis de credibilidad que va desde la Junta Central Electoral, los principales ministerios hasta las alturas más encumbradas del gobierno, lo que ha pro­vocado que en la mente de muchos se piense que el ejer­cicio noble de la política sea visto como un negocio sucio de unos pocos funcionarios, una actividad cuyos escrúpu­los fueron echados al zafacón, desvergonzada y que le sa­le muy costosa a los ciudada­nos, además de ser practicada por supuestos políticos “im­provisados” ávidos de poder, que rayan en la patología psi­cológica de la mitomanía, de la traición artera, de la corrup­ción inescrupulosa, que solo buscan en el oportunismo po­co honorable el beneficio par­ticular de una facción encum­brada a costa de una mayoría partidaria atemorizada por las amenazas y métodos que recuerdan a la Cosa Nostra.
Para ellos la mentira se cal­cula, se refina y luego se sumi­nistra en dosis de propaganda de todo tipo. Son diseñadas con cuidado de relojería por verdaderos artistas del enga­ño, príncipes del espejismo y por artesanos de la ilusión. Afortunadamente, en los úl­timos años sus fracasos son notables,   y estables mientras que la “Mentira” lo hacía en clandes­tinidad, pero con pasos vaci­lantes e inseguros.
El contexto anterior nos describe la esencia de lo que es realmente el llamado “da­nilismo” como expresión po­lítica, pues cada uno de esos “dioses” los encontramos pre­sentes en cada acción de su lí­der que ha contagiado como un maligno “coronavirus” a los funcionarios y adláteres palaciegos provocando la des­trucción de la credibilidad del gobierno y el partido que lo sustenta, haciendo metástasis en las instituciones del Esta­do, constituyendo la “mentira política” en su estilo de actuar como un evidente ataque a la democracia.
El danilismo es una falsa creencia, y debe de estudiar­se en términos de su lógica degradada más que en la su­puesta filosofía de la que se deriva; más bien es una espe­cie de secta cerrada de corte empresarial que solo obedece al interés propio en las formas de ver lo suyo, lo que los con­duce a la superposición de sus discursos disociados de la rea­lidad en procura de la cons­trucción de utopías, que luego son bombardeadas al colecti­vo social a través del enorme aparato de propaganda del gobierno y sus “altavoces” en los medios de comunicación.
Esta falsa creencia ero­sionada por los antivalores de la ingratitud, la envidia, el odio, los complejos y el re­sentimiento, son los bajos va­lores humanos que doblegan su sano razonamiento, que identifica al danilismo como la personificación de los dio­ses griegos de los Pseudólogos como dioses de las mentiras y las falsedades.
Para ese clan, la menti­ra política es “el arte de ha­cer creer al pueblo falseda­des saludables con vistas a un buen fin”, tal como lo plan­teara el escritor satírico ir­landés, Jonathan Swift en su obra “Arte de la mentira políti­ca” (1773), siendo el ejemplo más elocuente la rendición de cuentas del 27 de febrero pa­sado.
En este sentido, constituiría un ejercicio estéril hacer una encuesta entre la ciudadanía para saber que la mayoría de la población cree que la men­tira política, junto a sus pa­rientes del engaño, del fraude y el dolo se han instituciona­lizado en todo el aparato del Estado, generando una crisis de credibilidad que va desde la Junta Central Electoral, los principales ministerios hasta las alturas más encumbradas del gobierno, lo que ha pro­vocado que en la mente de muchos se piense que el ejer­cicio noble de la política sea visto como un negocio sucio de unos pocos funcionarios, una actividad cuyos escrúpu­los fueron echados al zafacón, desvergonzada y que le sa­le muy costosa a los ciudada­nos, además de ser practicada por supuestos políticos “im­provisados” ávidos de poder, que rayan en la patología psi­cológica de la mitomanía, de la traición artera, de la corrup­ción inescrupulosa, que solo buscan en el oportunismo po­co honorable el beneficio par­ticular de una facción encum­brada a costa de una mayoría partidaria atemorizada por las amenazas y métodos que recuerdan a la Cosa Nostra.
Para ellos la mentira se cal­cula, se refina y luego se sumi­nistra en dosis de propaganda de todo tipo. Son diseñadas con cuidado de relojería por verdaderos artistas del enga­ño, príncipes del espejismo y por artesanos de la ilusión. Afortunadamente, en los úl­timos años sus fracasos son

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